El arte crea nuevos mundos, el diseño por su parte, asume ese propósito trayéndolos a la realidad, cristalizándolos, abriendo una aventura que lucha con transformar la realidad.
El Chile que se experimentaba en los albores de los años setenta, fue en ciertos términos un período que daba término a una serie de acontecimientos políticos y sociales que permitieron generar una catarsis social que aglutinó fuerzas basadas en la idea y convicción de “generar poder popular”, sugiriendo de paso, una imagen que declaraba a todos los rincones del país demandas colectivas, que buscaban integrar a las capas que nunca formaron parte de las decisiones, generando pese a ello un clima hostil, y muy polarizado. Chile entonces, comenzaba un periplo de mil días[1] en donde se instaló una visión contracultural basada en posicionar al pueblo en un sitial jerárquico.
Desde el punto de vista del diseño, cuando hablamos de una visión, hablamos de una imagen de baja resolución, con la claridad suficiente para saber el horizonte a perseguir, pero en ningún caso posee definiciones concretas, por lo que para acercarse a ella se debe diseñar, se debe crear estrategias para cristalizarla y darle una resolución en la realidad. Entonces, la contracultura instalada por ese nuevo escenario abrió flancos para crear el diseño de un sistema que balanceara el “desquiciamiento social” interno, contrarrestara un fuerte bloqueo internacional y generara autonomía frente a una persistente fuga de “cerebros”.
En el transcurso del año 1971, el entonces gobierno chileno de Salvador Allende – que ya era en sí mismo representante de una utopía que intentaba dar voz y poder al pueblo-, generó las bases para diseñar un sistema de gestión e información cibernético que permitiese sentar las bases de un modelo de integración informático desde las bases que delineara un flujo de información administrado por un “cerebro” que ayudara a tomar decisiones en “tiempo real” de resto del corpus productivo y económico del país, abriendo una ventana futurista única en el mundo para la época. La aventura se llamaría CIBERSYN[2] o SYNCO[3]
La historia es relativamente conocida; en Julio de ese año, el ingeniero chileno y gerente técnico de CORFO[4] en la época, Fernando Flores, toma contacto con el teórico cibernético británico Stafford Beer, prolífico autor de diversas investigaciones sobre cibernética y modelos de sistemas complejos[5] con la intención de ofrecerle la posibilidad de implementar sus teorías organizacionales en el país, con el fin dar mayor eficiencia a la incipiente red de empresas estatales provocadas por el proceso de nacionalización generado por el gobierno y de paso democratizar el control de la producción integrando a las bases en ello.
“Hacía menos de un año que Allende y su coalición de izquierda, la Unidad Popular, habían obtenido la presidencia y dado inicio a la vía chilena hacia el cambio socialista. La victoria de Allende fue el resultado de la incapacidad de los Gobiernos anteriores para resolver algunos problemas, como la dependencia financiera y las inequidades sociales y económicas a través de medios menos drásticos. Su plataforma hizo de la nacionalización de las industrias más importantes una prioridad”[6]
Beer acepta estimulado de tener la posibilidad de traer a la realidad sus teorías implementadas en el mundo privado ahora dentro de un gobierno que en sí mismo enunciaba el experimento. De esta forma, se organiza un equipo multidisciplinario que integro diseñadores, ingenieros y científicos e intelectuales que se aportillaron formal y espontáneamente alrededor del proyecto, abriendo un canal de vanguardia mundial que arrojó como resultado un espacio que empujó el cuerpo de conocimiento centrado en una concepción mecanicista que establecía las leyes para todo lo conocido hasta ese minuto, a un escenario pre-digital o pre-informático capaz de organizar una sociedad, una economía y un modelo productivo para diluir el poder centralizado diseminándolo en el pueblo. Se abría un canal a la era de las comunicaciones, a la era digital, con el fin de regular un sistema que debía regular su “fisiología” diseñando autonomías que dieran gobernabilidad.
“Las revoluciones, violentas y no violentas hacen explotar las sociedades, porque en forma deliberada desquician el sistema heredado, sobrepasando los límites fisiológicos. Ocurre entonces que es necesario definir el sistema nuevamente, y la nueva definición tiene que atenerse a los criterios de viabilidad cibernéticos. Es inútil, por lo tanto, que el que pierde sus privilegios se lamente de su suerte mientras siga empleando un lenguaje que corresponde al sistema que se ha reemplazado. O habla el nuevo lenguaje, o se manda a cambiar. Este es el hecho que está polarizando la sociedad chilena hoy por hoy.”[7]
El contexto ha definido sus leyes en dónde operar: precariedad, aislamiento y pobreza. El sino de la insularidad llegó a su máxima expresión, la visión de Allende está a la deriva en el océano de la incertidumbre social. El escenario cargado de emotividad, polarización e incertidumbre constituyó un espectro rodeado de una mística colectiva que desencadenó expresiones culturales, sociales, políticas y económicas constituyendo un espacio contracultural mayor: el sistema imperante debía modificarse, entonces:¿cómo mantenemos al sistema en movimiento?